Asúmelo: no eres, ni serás nunca, una princesita. Tan solo eres una puta muñeca de porcelana de esas que tanto miedo te dan. Intentas hacerte la fuerte, no mostrar sentimientos. Pero siempre fallas, una y otra vez. Y te haces pedazos contra el suelo, caes y te duele. Duele mucho, lloras, sufres, estás destrozada por dentro pero por fuera tienes que fingir que nada pasa, pintarte la sonrisa más falsa de tu repertorio para que los demás no te pregunten si te pasa algo.
Tienes una habilidad que parece innata para fijarte siempre en los chicos menos indicados. Los que pasan de ti, los que tienen novia, los que están lejos. Y tu mejor amiga te dice que te busques novio aquí y te olvides de toda la mierda que tienes dentro, que intentes ser feliz. Tú sabes que no es tan fácil, que distas mucho de alcanzar la felicidad. Ni siquiera sabes si algún día podrás aunque sea rozarla con la punta de los dedos. Y también sabes que, pese a todo, tu corazón tiene a alguien. Alguien que está lejos, muy, DEMASIADO lejos. Pero es asi. Y no quieres entregárselo a nadie más.
Sí, estás jodida, medio resquebrajada y llorando, con la respiración agitada y las lágrimas mojando tu cara. Eres débil, frágil. Pero tu personalidad, tu fuerte carácter, te impide romperte del todo. Por eso siempre haces como el ave fénix y resurges de tus cenizas. Pero cada vez cuesta más, te sientes más mayor, más sola, más cansada, agotada. Aun asi, sabes que por muchas veces que ardas siempre resucitarás. Hasta el día de tu muerte, o hasta que las cosas cambien y por fin te vaya todo como quieres. Lo que primero ocurra.
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